miércoles, 30 de mayo de 2012

La crisis de 1929


1.      La quiebra del capitalismo

En octubre de 1929, el hundimiento de las cotizaciones en la Bolsa de Nueva York puso en marcha un proceso que llevó a la quiebra de la economía mundial. El colapso de la Bolsa fue seguido de la crisis financiera y, después de la industrial y agrícola.

Lo que comenzó como un simple descenso de las cotizaciones en la Bolsa de Nueva York, se convirtió en poco tiempo en la mayor crisis en la historia del capitalismo. Desde 1925, las cotizaciones de las acciones en la bolsa Wall Street, subían sin cesar y acumulaban beneficios extraordinarios. Los bancos, los empresarios y numerosos particulares invertían de forma creciente en una actividad que parecía ofrecer enormes y seguros beneficios. La fácil obtención de créditos para comprar acciones en la bolsa aumentó, aún más, la especulación. La diferencia entre el precio cada vez más elevado de las acciones y la actividad real de las empresas, mucho menos boyante que su cotización en bolsa, no paraba de crecer.

Los indicios de que algunas cosas no funcionaban bien antes de 1929 habían sido numerosos. Desde 1925, los valores de las materia primas bajaban las dificultades económicas de Reino Unido eran evidentes y habían arrastrado al sistema monetario internacional a una situación confusa, la producción industrial alemana estaba estancada desde 1927, y el comercio internacional pasaba por un largo período de atonía. Desde comienzos de 1929, el índice de la Bolsa neoyorquina se fue estancando. Las autoridades gubernamentales se sentían seriamente preocupadas por los acontecimientos, sobre todo por el crédito descontrolado. El jueves 24 de octubre se puso a la venta un número muy elevado de acciones, lo que se tradujo en una caída de los precios, que continuó en los días siguientes. Aquel día, bautizado como el jueves negro, señaló el final del alza permanente de valores. Muchos inversores pusieron en venta sus acciones para devolver el dinero que habían pedido prestado, lo que acentuó la caída de Wall Street.

El índice bursátil se hundió en pocos meses. El pánico se apoderó de los inversores y, que los lanzó a la venta masiva de valores, hizo fracasar los intentos de algunos bancos para frenar la caída de las cotizaciones por medio de la compra de acciones. La crisis en un principio bursátil, se fue extendiendo por los demás sectores de la economía y afectó gravemente a todos ellos. Además desde Estados Unidos se extendió al resto del mundo y, de esta manera, adquirió un carácter global.

La quiebra bursátil se convirtió en una crisis financiera, afectando el pánico a la banca, que se encontró atrapada entre unos inversores que no podían devolver los créditos recibidos antes del crack y unos ahorradores que corrieron a rescatar sus fondos, temerosos de perderlos. Muchos bancos no pudieron hacer frente a esta situación precipitándose en la ruina. De los 23 mil bancos estadounidenses, 5 mil quebraron haciendo perder sus ahorros a millones de ciudadanos.

Del sector financiero la crisis se extendió a la economía productiva. La paralización de la concesión de créditos y las quiebras bancarias afectaron a la financiación de la industria  limitaron el consumo de los ciudadanos. Muchas fábricas se vieron forzadas a cerrar ante la disminución de la demanda y la imposibilidad de seguir abasteciéndose de materias primas y de maquinaria o de obtener pagos a cuenta. La industria estadounidense pasó de la expansión a una situación de superproducción y almacenaje excesivos que ahogaban las finanzas de las empresas. La debilidad de la demanda facilitó la bajada de los precios, la caída de los beneficios y el cierre de un número creciente de empresas industriales.

El campo vio acentuadas las dificultades que arrastraba desde el final de la Gran Guerra. El descenso del os precios y de la demanda, así como la falta de créditos de los bancos, llevaron a la ruina a centenares de miles de campesinos, incapaces de hacer frente a sus deudas. Expulsados de sus tierras, se convirtieron en braceros o acudieron a las ciudades en busca de trabajo, en un momento en el que el paro en estas crecía rápidamente.

De las consecuencias de la crisis, la más significativa fue el aumento del paro. En pocos meses se quedaron sin trabajo millones de estadounidenses en todos los sectores económicos: industria, agricultura y servicios. El aumento del desempleo provocaba la reducción de la demanda, lo que, a su vez, implicaba un descenso de la producción y un agravamiento de los problemas.

Pero la crisis surgida en estados Unidos se extendió rápidamente por todo el mundo y afectó a casi todos los países. La interdependencia de todas las economías facilitó la expansión de la depresión. Los primeros países a los que alcanzó la crisis fueron los que basaban su economía en la producción de materias primas. Ya estaban afectados, desde años atrás, por la reducción del valor de sus productos, y la crisis comportó la disminución de la demanda y de los precios. Se vieron obligados a malvender los stocks crecientes o, simplemente a destruirlos.

Entre 1930 y 1931 la depresión llegó a Europa. La causa inmediata del estallido de la crisis en Austria y Alemania fue la repatriación de los capitales estadounidenses, que precipitó el hundimiento de sus economías. No obstante, a finales de 1931, las quiebras bancarias ya se extendían por todo el continente.

Caso aparte fue el de la URSS. Aislada económicamente del resto de los países a causa de su régimen comunista, no sufrió las consecuencias negativas de la depresión. En 1928 había iniciado el primer plan quinquenal cono el objetivo de crear una potente industria pesada, al tiempo que se colectivizaban los medios de producción, en especial la tierra. Los años siguientes fueron de crecimiento espectacular y convirtieron a la URSS en objeto de admiración, además de en una potencia económica mundial. La planificación económica soviética atrajo el interés de Occidente y pronto fue asumida por algunos partidos socialdemócratas, y en cierto modo, por los nazis.

2.      Las consecuencias de la Gran Depresión

El hundimiento de los sectores económicos sentó un precedente en la historia del capitalismo. El sector industrial fue el más afectado por la crisis. La producción industrial en el mundo descendió casi un 40% entre junio de 1929 y julio de 1932. Los sectores más afectados fueron el siderúrgico y el de fabricación de bienes de consumo no imprescindibles, como los automóviles, cuya producción se redujo a una tercera parte en tres años. El sector agrario, la crisis se manifestó no tanto por la caída de la producción como por el total hundimiento de los precios y el descenso de la demanda. Los precios agrícolas disminuyeron en Estados Unidos en un 57% entre 1929 y 1932, y la caída del poder adquisitivo de los habitantes de las ciudades se puso de manifiesto en la reducción del consumo, incluso de alimentos. Las acciones desesperadas de los campesinos destruyendo sus cosechas contrastaban con la penuria alimentaria en la que vivían millones de familias empobrecidas.

Las consecuencias sociales fueron evidentes y, supuso la destrucción masiva de puestos de trabajo en todos los sectores económicos. El crecimiento del paro fue especialmente grave ante el escaso desarrollo de los sistemas de protección social. Los países que habían establecido con anterioridad algunas medidas protectoras, como Alemania, Reino Unido, etc., tuvieron grandes dificultades para atender los costes sociales derivados del paro masivo. El desempleo prolongado suponía verse abocado a la miseria. La mendicidad, los asilos de noche y los comedores sociales e multiplicaban en unos países acostumbrados a la abundancia y aterrados ante una situación que no comprendían.

El contraste entre ricos y pobres era cada vez mayor, y las diferencias entre los que conservaban el trabajo y los que lo habían perdido eran enormes, ya que para estos últimos el acceso a la comida constituía un verdadero problema. La miseria resultaba difícil de entender cuando en el campo se destruían parte de las cosechas. La sensación de injusticia aumentaba al a vista de quienes encontraban al abrigo de los efectos de la crisis: los funcionarios con un empleo estable; los ahorradores, que con los precios a la baja veían subir el valor real de sus rentas; los jubilados, que tenían aseguradas sus retribuciones.

Las primeras medidas tomadas por los respectivos gobiernos para hacer frente a la crisis fueron, en general, un fracaso, lo que produjo un acusado descontento popular. Las ideologías antiliberales y anticapitalistas se extendieron. Por un lado, por la izquierda el socialismo y el comunismo; por otro lado, la derecha, las tendencias autoritarias y, los fascismos. Los extremistas reclutaban a sus militantes y simpatizantes entre las víctimas de la depresión: obreros parados, agricultores, clases medias arruinadas o sin empleo. Pero también los intelectuales se alinearon en las posiciones opuestas al sistema.

El balance político fue muy negativo para los regímenes parlamentarios. El autoritarismo se impuso en numerosos países europeos y latinoamericanos. Las formas más brutales de dictadura fueron los fascismos, que se extendieron por Europa. Por su parte, la izquierda, adoptó una política de compromiso con los poderes establecidos para intentar frenar la expansión del fascismo. Ejemplo de esta nueva posición fue la constitución de los frentes populares a partir de 1936.



3.      La búsqueda de soluciones

Frente a las crisis anteriores del capitalismo, la de 1929 fue de una gravedad total, que hizo que la aplicación de las recetas tradicionales profundizara más. La evolución de la economía capitalista no había sido nunca uniforme. Los ciclos económicos de expansión y depresión se conocían desde el siglo XIX y eran aceptados como una condición propia del sistema. Por otro parte, la experiencia demostraba que estas crisis se superaban al cabo de un período más o menos corto de tiempo. La novedad de la crisis de 1929 fue su duración y, su profundidad.

Para los economistas liberales, la crisis eran desajustes pasajeros de la economía, consecuencia del exceso de inversiones, que se paralizaban durante el período crítico, por la debilidad del mercado y por la acumulación de stocks y, volvían a incrementarse con la recuperación. El sistema parecía disponer de mecanismos correctores que garantizaban la superación del proceso de crisis, las supervivientes estaban en disposición de lanzarse a una nueva fase de expansión. Otra de las normas fundamentales del liberalismo clásico era el papel secundario del Estado en la actividad económica. La política estatal ante la crisis era la deflación: fomentar la reducción salarial, equilibrar el presupuesto del Estado y defender el valor de la moneda.

Basándose en estos principios, los gobiernos se apresuraron a aplicar las políticas de deflación frente a la crisis. Pero la generalización del proteccionismo comercial y de las prácticas devaluadoras convirtió en inútiles estas medidas. Es el caso del presidente Hoover de Estados Unidos, que convencido de que la crisis sería breve, adoptó escasa y tardías soluciones. Las políticas deflacionistas tuvieron graves consecuencias. En Alemania favorecieron el triunfo de Hitler y su ascenso al poder. En estados Unidos, provocaron la estrepitosa derrota electoral de Hoover, en 1932, ante su oponente demócrata Franklin D. Roosevelt. La gravedad de la depresión hacía necesarias nuevas salidas, que aparecieron poco después con el pensamiento de Keynes, el New Deal del presidente Roosevelt, las primeras políticas socialdemócratas suecas o la política del Frente Popular francés.

La política que mayor resonancia tuvo frente a la crisis dentro del mundo capitalista fue el New Deal (nuevo trato). Su mayor éxito fue devolver a su pueblo la confianza en la recuperación, por medio de medidas novedosas. Estas medidas de carácter económico y social, pretendían relanzar la producción, reanimando la demanda. Al ser adoptadas desde el Gobierno, rompían con la tradicional inhibición del Estado en el liberalismo económico clásico. Se reformó la banca, reforzando el control de los poderes públicos sobre ella, al tiempo que se mejoraba la protección de la clientela. La Administración contrató obreros en paro para realizar tareas de equipamiento a cambio de un salario aceptable, llegó a tener hasta siete millones de obreros en esta situación.

Con el fin de recuperar la demanda, se aseguraron a los campesinos precios garantizados, y a los trabajadores convenios colectivos con salarios mínimos y reducción de la jornada de trabajo. La escasez de inversiones privadas fue suplida por la inversión pública en grandes obras. Las actuaciones monetarias, como la suspensión de la convertibilidad del dólar, buscaron propiciar una inflación controlada que estimulara el consumo. El intervencionismo estatal alcanzó otros campos, como la supervisión de la actividad bursátil, se impusieron cuotas de producción a las empresas y a los campesinos. El New Deal impuso una legislación encaminada a eliminar las situaciones más injustas, creándose el primer sistema federal de seguro de paro y de pensiones, además de establecer un salario mínimo y el horario máximo de trabajo. Los sindicatos se convirtieron en interlocutores de los empresarios. Todas estas medidas intervencionistas rompían con la tradición liberal y contaron con la oposición de la gran patronal, aunque este sector se benefició de algunas decisiones como la suspensión de la legislación anti trust.

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